domingo, 25 de mayo de 2008

De mis años de escolar recuerdo...

Desde mis 7 años yo hacia un largo recorrido en micro, en la línea 16 que era la única que pasaba por mi casa en San Martín de Porras hasta Comas, una hora de viaje hasta la casa de Comas donde vivo ahora, todas las mañanas salía puntual a las 11 de la mañana al paradero y subía al micro que se demoraba una barbaridad en comparación con lo que demora una combi actualmente. Subía en San Martín, en la cuadra 10 de la av. Tomas Valle hasta Comas donde quedaba mi cole estatal en el cual empecé la primaria.

Salía de mi cole a las seis de la tarde y caminaba unas 5 cuadras hasta mi casa de Comas y ahí cenaba y a las 7 de la noche ya me estaban regresando a San Martín, en medio de apagones y racionamientos de corriente eléctrica típica de esos años de terrorismo. En una de esas idas y vueltas, serian las 8 de la noche, yo cruzaba la av. Tomas Valle a media cuadra de mi hogar no recuerdo si por distracción mía o del conductor, lo único que recuerdo es el parachoques de ese Datsun azul que me embistió, levemente, pero lo hizo, como consecuencia de la embestida solo tuve unos raspones en la rodilla, nada grave felizmente y también gracias al señor que se portó maravillosamente. Se detuvo y me llevo de emergencia al Hospital Cayetano Heredia y luego de pasar por el tópico salimos con el señor aquel de quien no supe jamás su nombre y hago un alto a mi relato para agradecer el actuar de ese señor y que Dios (de quien no soy muy devoto) lo tenga en su gloria. Al salir del tópico nos dirigimos a la comisaría de Sol de Oro, recuerdo que me pusieron una gasa en la rodilla para cubrir mi herida, recuerdo también que el señor me subió cargado a su auto y el voluntariamente me llevo a la comisaría aquella y espero a mi lado hasta que viniera por mi.

Serían aproximadamente las once de la noche que llegaron por mi, y decidieron cambiarme de colegio, a uno que estaba cerca a mi casa en San Martín, era particular, era el primero de la familia que pisaba escuela privada y por buen tiempo fui la envidia y el hablar negativamente de muchos integrantes de la familia, yo no era hijo, ni sobrino, ni ahijado, ni tenia ningún parentesco consanguíneo con mi nueva familia, pero tenia excelentes notas que fue quizás lo que siempre influyo en ellos y además siempre andaba prendido de algún libro.

Fue un cambio bastante brusco, de tener 40 compañeros en un salón de clases pasé a tener menos de 20 y me gusto eso, había mas calma y disfrutaba mejor de las clases, los profesores y profesoras eran diferentes, los compañeros tenían otros hábitos y me gusto el cambio, me adapte inmediatamente, confieso que me choco bastante el curso de Ingles, idioma que hasta ese momento no había escuchado mas que en las canciones de The Police de quienes ya era fanático empedernido, tenia 8 años y medio y para mi el único ingles que conocía era la letra de la canción So lonely el cual cantaba desvergonzadamente, era todo un show verme cantar en ingles, creo que nadie entendió jamás mi acento irlandés al cantar, ni mis gestos de marioneta de circo japones, como verán, esa cualidad rebelde-solitaria la tenia desde chiquito.

Fue en ese colegio que conocí a Mabel, ella era, eran mariposas no en el estomago sino en el corazón, de eso que se siente cuando niño vives la ilusión de los regalos navideños. Fue la primera persona con quien cruce palabras en mi nuevo colegio, me toco sentarme a su lado y era todo tan mágico entonces, ella fue mi primera mejor amiga por 3 años, mi compañera de juegos en el supernintendo, mi rival, mi maestra en Mario Bross, mi apoyo para entender mejor el ingles, por ahí nos vinculaban sentimentalmente mis demás compañeros, pero nos valía y le valía a ella que me tomaba de la mano y les hacia cachita jajaja...

Y así acabo el año, clausura de tercero, pasamos a cuarto de primaria en mi colegio sanmartiniense, ese verano fue memorable, o estábamos en su casa haciendo cualquier cosa o en la mía jugado supernintendo, leyendo algo, o viendo tele comiendo mandarinas. Nunca en mi casa disfrutaron tanto de alguna amistad mía como lo hicieron con ella, invitada siempre en los paseos dominicales a Chosica o Cieneguilla, a los circos por fiestas patrias o a cualquier cumpleaños de mis primitas políticas. Mabel se llamaba y se llama aún, pero no recuerdo su apellido y se que merezco lapo virtual por parte de mis lectores así que vayan preparando sus tomates, lechugas, chocosodas, televisores, zapatos, cáscaras de plátano y demás objetos contundentes, pero en verdad, por mas memoria que hago no recuerdo su apellido, solo recuerdo su nombre

Mabel se llama aquella niña del lunar pegado a su sonrisa, de pelo lacio, corto y negrísimo, fanática del pan con palta y de Winnie pooh, la de la voz candida y dulce, la que siempre llegaba tarde y alborotada porque se quedaba viendo las Fabulas del verde bosque en canal 4. Llegaba tarde y alborotada a contarme el final del capitulo que yo nunca terminaba de ver, tal actividad nos costo muchas veces un castigo ejemplar en el patio del cole, uno en cada esquina, mirando al vacío y haciéndonos gestos con las manos en un vano intento por comunicarnos. Pero no fue hasta quinto grado que las cosas cambiaron, íbamos tomando conciencia de la diferencia de géneros. Quinto grado fue el año de las miraditas, de quedarse en silencio mirando cualquier cosa sin decir palabra. Dejamos de hacer muchas cosas, y así poco a poco se fue marcando una distancia y no entendía bien porque.

Fue en primavera de ese mismo año, cuando hubo por primera vez aquello del amigo secreto, el intercambio de regalos y todo eso, yo sabia y siempre supe que fue ella quien me regalo una cajita de Mus de cremino y ella siempre supo que fui yo quien le regalo esos yases plateados que le gustaron tanto y así nació algo que a nuestra corta edad era pura inocencia. Tarde me entere que aquel era su último año, se mudaba a Surco, a casa de su abuelita que tuvo una complicación cardiaca y necesitaba compañía y cuidados propios de una persona en los últimos años de su vida.

Y así terminó el año escolar, llego el clausura y a tres días la navidad, cuando pase por su casa a darle mi saludo navideño nadie atendió a la puerta, toque y toque y fui mas tarde y mas tarde y al día siguiente por una semana hasta que alguien salió y me dio la noticia de que esa familia ya no vivía ahí. Llegó el mes de enero y nos mudamos por primera vez a la casa de playa en Lurín, y aunque a veces me acordaba de ella, el mar tiene ese encanto de hacerte olvidar rápido las cosas y además es muy fácil olvidar las cosas cuando se es infante. Nunca me despedí de ella, nunca supe como le fue después, entonces no existía el internet y el teléfono era un lujo que muy pocos disfrutaban.

Ahora, 16 años después lo rememoro y vuelvo a sentir mariposas en el corazón y recuerdo como si fuera ayer aquella etapa memorable de mis días de estudiante.

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